martes, 17 de febrero de 2009

CARTAGO

Cartago fue una importante ciudad de la Antigüedad, fundada por los fenicios procedentes de Tiro en un enclave costero del norte de África, cerca de la actual ciudad de Túnez.[2] Su fundación tuvo lugar aproximadamente en el siglo XIII a. C. con el nombre de Qart Hadašt (en grafía hebrea קרת חדשת, y en púnica , "qrt ħdʃt"), es decir, Ciudad Nueva.[3]
Tras la decadencia de Tiro, Cartago desarrolló un gran Estado, de carácter republicano con ciertas características monárquicas o de tiranía, que evolucionó a un sistema plenamente republicano.[4] [5] En sus inicios, el territorio cartaginés comprendía sólo la ciudad y una pequeña área de unos 50 km². En el siglo VI a. C. los cartaginenses fueron ocupando un territorio entre 30.000 y 50.000 km², que constituyó la base del Estado Cartaginés. Partiendo de esta área, que se suele denominar metropolitana, se expandieron para crear entre los siglos V y III a. C. un imperio mercantil marítimo, aprovechando las factorías y ciudades existentes fundadas por los fenicios, o estableciendo otras nuevas, en Hispania, Sicilia, Cerdeña, Ibiza y en el norte de África, consolidando además su poder sobre Numidia y Mauritania. En su apogeo fue la primera potencia económica y militar en el Mediterráneo occidental. La República Cartaginesa se enfrentó a la República Romana por la hegemonía, siendo derrotada en el 146 a. C., lo que comportó la desaparición del Estado cartaginés y la destrucción de la ciudad de Cartago.
En el 29 a. C. Octavio fundó en el mismo lugar la colonia romana Julia Cartago, que se convirtió en la capital de la provincia romana de África, una de las zonas productoras de cereales más importantes del imperio. Su puerto fue vital para la exportación de trigo africano hacia Roma. La ciudad llegó a ser la segunda en importancia del Imperio con 400.000 habitantes.[6] En el año 425, los vándalos conquistaron Cartago durante el reinado del rey Genserico y la convirtieron en la capital de su nuevo reino. La ciudad fue reconquistada por el general bizantino Belisario en el año 534, permaneciendo bajo influencia bizantina hasta el 705, cuando un ataque musulmán la devastó nuevamente, reduciéndola a cenizas y masacrando a todos sus habitantes.
Contenido[ocultar]
1 La ciudad
1.1 Los puertos
1.2 Cartago capital del Estado púnico
1.2.1 Monarquía Cartaginesa
1.2.2 República Cartaginesa
1.2.3 Extensión de la República
1.3 Cartago bajo el poder de Roma
1.4 Cartago capital del Reino Vándalo
1.5 Cartago Bizantina
1.6 Devenir de sus ruinas
2 La leyenda
3 Notas
4 Bibliografía
4.1 Fuentes
4.2 Obras modernas
5 Véase también
6 Enlaces externos
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La ciudad [editar]

Plano de Cartago romana.
El conocimiento trasmitido procede casi en su totalidad de la gran campaña internacional de excavaciones para la salvaguarda de Cartago de 1975.[7]
Cartago estaba situada en una península comprendida entre el golfo y el lago de Túnez. La ciudad estaba protegida por una triple muralla, cada sección contaba con 25 m de altura y unos 10 m de anchura, situada en el istmo, a unos 4 km del mar. La propia muralla tenía cuarteles con capacidad para albergar a 20.000 infantes. El diseño urbanístico y la arquitectura eran una mezcla de modelos con antecedentes sirio-palestinos de tipo predominantemente orgánico y de modelos de lógica hipodámica, en parte creada por su propia práctica de la construcción y, en parte, sobre todo en su última fase, por influencia griega y helenística.[8]
La zona alta se desplegaba partiendo de la colina de Byrsa, donde se hallaba la inexpugnable fortaleza del mismo nombre y el templo de Eshmún. En las laderas de la colina se encontraban las grandes residencias de la aristocracia cartaginesa. Se descubrieron restos de casas recubiertas por las cenizas del incendio de su destrucción, en el año 146 a. C. poseían características muy similares a las helenísticas, siendo un recinto con calles concéntricas. En el barrio Magón se observa una operación a gran escala de una remodelación urbanística del siglo III a. C., con el aprovechamiento del espacio que ocupaba la antigua puerta de la muralla, del siglo V, para construir viviendas de lujo. El barrio de Salambó era el centro político y económico de la ciudad, estaba unido al puerto comercial por tres avenidas descendentes, y en él se hallaba el foro principal y el ágora, donde se establecía un intenso comercio. Probablemente, el Senado de Cartago se reunía para tomar decisiones en algún edificio de este barrio. Cerca del foro se alzaba el templo de Tofet, donde se han descubierto miles de estelas y de urnas que contenían esqueletos de niños calcinados, así como una capilla del siglo VIII a. C. Otros templos importantes eran aquellos dedicados a Melqart, a Shadrapa, Sakon o Sid. Era la parte de la ciudad más próxima al mar, donde se encontraban el puerto comercial y el militar. Estaba dotada con almacenes suficientes para albergar las mercancías comerciales y por casas de la clase baja. Dentro del área defendida por las murallas, al noroeste de la ciudad, se hallaba el amplio suburbio de Megara, ocupado por casas rurales, campos de cultivo y jardines.[9]

Los puertos [editar]
Artículo principal: Puertos púnicos de Cartago

Laguna del puerto militar, con el Islote donde se ubicaba el almirantazgo (1958).
La ciudad de Cartago poseía dos grandes puertos, el comercial y el militar, que le permitieron dominar militar y comercialmente el Mediterráneo occidental. El acceso a los puertos desde el mar venía facilitado por una entrada de unos 21 metros de ancho, que en caso de necesidad era cerrada con una cadena de hierro. Los dos puertos estaban unidos por un estrecho canal navegable. Fueron construidos artificialmente, en lo que fue una gran obra de ingeniería, admirados y envidiados, y siendo los más famosos de la Antigüedad.
El puerto civil era de forma rectangular. Allí fondeaban las naves comerciales, que en su mayoría importaban garum, trigo, púrpura, marfil, oro, estaño y esclavos de las factorías, de las colonias y de las explotaciones agrícolas creadas en numerosos enclaves costeros a lo largo del Mediterráneo. Las exportaciones a otras ciudades, colonias o pueblos costeros nativos de las costas del Mediterráneo occidental fueron mercancías manufacturadas, vidrios, cerámicas, objetos de bronce o hierro, y tejidos de púrpura.

Islote del almirantazgo en la época púnica, según los arqueólogos británicos (1978).
El puerto militar era de forma redonda y albergaba en su interior una isla artificial también circular. La isla era la sede del almirantazgo, y su acceso era restringido. El puerto militar según las fuentes clásicas podía albergar 220 barcos de guerra, y sobre los hangares se levantaron almacenes para los aparejos.[10] Delante de cada rada se elevaban dos columnas jónicas, que dotaban a la circunferencia del puerto y de la isla el aspecto de pórtico. Los restos arqueológicos descubiertos han permitido extrapolar la capacidad de acogida del sitio: 30 diques en la isla del almirantazgo y de 135 a 140 diques en todo el perímetro. En total, de 160 a 170 diques, podían albergar tantos barcos de guerra como han sido identificados.[11] [12]
Por debajo de los diques de la dársena se situaban los espacios de almacenaje. Se ha supuesto que en cada dique podían tener cabida dos filas de barcos. En medio del islote circular, se situaba un espacio a cielo abierto, a cuyo lado se levantaba una torre. Los diques podían tener sobre todo la función de astillero naval.[13]

Cartago capital del Estado púnico [editar]
Artículo principal: República Cartaginesa
La ciudad de Cartago desarrolló un gran Estado bajo su poder,. En sus inicios, el territorio cartaginés comprendía sólo la ciudad y una pequeña área de unos 50 km². En el siglo VI a. C. los cartaginenses fueron ocupando un territorio entre 30.000 y 50.000 km², que constituyó la base del Estado Cartaginés. Partiendo de esta área, que se suele denominar metropolitana, se expandieron para crear entre los siglos V y III a. C. un imperio mercantil marítimo, aprovechando las factorías y ciudades existentes fundadas por los fenicios, o estableciendo otras nuevas, en Hispania, Sicilia, Cerdeña, Ibiza y en el norte de África, consolidando además su poder sobre Numidia y Mauritania. En su apogeo fue la primera potencia económica y militar en el Mediterráneo occidental. La República Cartaginesa se enfrentó a la República Romana por la hegemonía, siendo derrotada en el 146 a. C., lo que comportó la desaparición del estado cartaginés y la destrucción de la ciudad de Cartago.
Si bien el territorio controlado por Cartago fue amplio, con numerosos vasallos y asociados, la zona propiamente colonizada por Cartago nunca llegó a ser muy extensa. El estado se dividía entre ciudades aliadas o socias como Útica, los territorios autónomos y el imperio propiamente dicho de Cartago que, según ellos mismos, contaba con unas 300 ciudades en la época de la Primera Guerra Púnica. La zona más rica y poblada era la llamada zona metropolitana; ésta a su vez se dividía en 7 circunscripciones llamadas pagi. Más allá del territorio cercano a Cartago se encontraba la Gran Sirte, un rico territorio costero en Libia-Túnez.

Aníbal Barca, general, aristócrata y senador cartaginés.

Monarquía Cartaginesa [editar]
Artículo principal: Monarquía Cartaginesa
Inicialmente fue gobernado por una oligarquía de ricas familias, en forma de monarquía en los siglos VI-IV a. C. coincidiendo con la caída de Tiro ante Babilonia en el año 580 a. C.. Posiblemente por cierto vació de poder, se consolidó un sistema de gobierno centrado en dos personas llamados sufetes. Caracterizado por la instauración de grandes familias encumbradas en el poder por mucho tiempo, debido a las cualidades de sus individuos y a sus grandes riquezas. El poder de los sufetes denominados reyes por algunos escritores griegos y latinos no era absoluto, solían ejercer de jueces y árbitros ya que existían otras instituciones como el Senado con el que debían compartir sus decisiones. Según algunos el Senado fue creado durante el siglo V a. C. Su función era asesorar a los sufetes en cuestiones de política y economía. Su organización nos es desconocida. Según Heeren, era muy numeroso y se dividía durante la etapa monárquica en la Asamblea (simkletos), y el Consejo privado la Gerusia, compuesto de los notables de la Asamblea. Según Theodor Mommsen, el gobierno había pertenecido primeramente al Consejo de los Ancianos o Senado, compuesto, como la Gerusía de Esparta, de dos reyes que el pueblo designaba en la asamblea y de veinticuatro gerusiastas probablemente nombrados por los propios reyes y con carácter anual. Se conoce la existencia de reyes que dirigieron a las tropas en las guerras de Sicilia durante los siglos VI y V a. C.. Pertenecientes a la dinastía de los Magónidas, En 480 a. C., tras la muerte de Amílcar I, derrotado por los griegos en la Batalla de Hímera. Las grandes familias perdieron gran parte de su poder en manos del Senado, creándose el Consejo de los Cien por un movimiento social que dio lugar a un mayor control de los sufetes.

República Cartaginesa [editar]
Artículo principal: República Cartaginesa
La república cartaginense era gobernada por varios órganos públicos pero reservados a la aristocracia, el más básico era la asamblea de ciudadanos (συγκλητος), constituida por varios cientos de individuos pertenecientes a las familias más acaudaladas e influyentes de la Cartago. La asamblea nombraba libremente a la mayor parte de los cargos de la ciudad, como el Consejo de Ancianos o Senado de los Cien (γερουσια), grupo de cien aristócratas formado de modo vitalicio, conocido desde el siglo IV a. C. Estaban encargados de funciones judiciales y de la supervisión de los funcionarios. Finalmente, la Asamblea de Ciudadanos se encargaba de la elección de los sufetes, de los sumos sacerdotes y de los generales. Los sufetes y los sumos sacerdotes eran miembros natos del Senado Cartaginense, llegando así a la cifra de 104 miembros. El senado también dirigía todos los procesos de la Asamblea, o las Pentarquías, grupos de cinco individuos que se ocupaban de los departamentos estatales y cubrían vacantes en el Senado. El Senado era el órgano más poderoso, compuesto en su totalidad por la más influyente aristocracia. Los sufetes eran dos magistrados elegidos anualmente entre las familias aristocráticas. Sus cometidos eran esencialmente civiles, la convocatoria del Consejo y de la Asamblea y funciones judiciales superiores.[14]
La constitución cartaginesa, como todas aquellas cuya base es a la vez aristocrática y republicana, se inclina tan pronto del lado de la demagogia como del de la oligarquía.[15] Aristóteles
El Consejo de los Cien es conocido desde el siglo IV a. C. Junto a este consejo existía una comisión permanente de 30 individuos. Era un sistema oligárquico, controlado por las elites urbanas, grandes propietarias de tierras o vinculadas al comercio. Las tensiones eran las propias de la competencia por el poder entre individuos o grupos aristocráticos, y se verían acrecentadas con la expansión desde el siglo VI a. C., y especialmente con la rivalidad con Roma. Los conflictos bélicos en concreto favorecieron la aparición de caudillos militares y familias concretas, capaces de actuar con cierta independencia. Las diversas opciones políticas y comerciales con que se enfrentó el Estado cartaginés a lo largo del siglo III a. C., como potenciar la expansión en África o buscar nuevos mercados, también provocaron divergencias entre las facciones de la oligarquía, terratenientes y comerciantes, disputas a las que probablemente se vieron arrastradas las clases inferiores urbanas de comerciantes y artesanos.

Extensión de la República [editar]
Cartago nunca fue un estado homogéneo con límites definidos. Sus territorios se extendían por todo el litoral africano, desde Cirene hasta el Atlántico, por el sur de Hispania y por las grandes y fértiles islas del Mediterráneo occidental.[16]

Los estados del Mediterráneo en el año 219 a. C. República Cartaginesa República Romana Reino de Macedonia Egipto Imperio Seléucida Reino de Pérgamo Reino de Epiro
En sus inicios Cartago no era poseedora del suelo que ocupaba, por lo que pagaba tributo a los indígenas libios por el alquiler; con el devenir del tiempo, prosperó conquistando tierras hacia el interior y en los países vecinos, dejando de pagar tributo a los indígenas en el año 450 a. C. Los libios fueron sometidos y reducidos a una condición inferior. Cartago fue llevando sus fronteras hasta las montañas y los límites del desierto gradualmente. Las posesiones norteafricanas, donde contaba con mayor influencia, en las costas de Numidia y Mauritania, fueron lentamente dominadas, salvo en la estrecha zona del litoral. Únicamente se establecían los cartagineses con solidez y rapidez en aquellas zonas en pugna con los griegos o de gran importancia comercial; por el este los límites de la República con la Cirenaica fueron determinados después de sangrientas guerras. Estrabón citó Turris Euprantus, en la parte oriental de la Gran Sirte, como la última ciudad cartaginesa. Por la parte occidental, los límites de Cartago llegaban hasta la costa atlántica marroquí, sin que se tenga un conocimiento exacto de dónde terminaban.
El núcleo de estos vastos dominios era el área metropolitana situada en el entorno de Cartago. Sus fronteras llegaban hasta las montañas númidas y los límites del Sahara. Ante la imposibilidad de someter a las tribus berberiscas que lo recorrían pastoreando sus ganados, las fronteras fueron custodiadas por una línea de puntos fortificados que cubrían el territorio. En Numidia y Mauritania Cartago controlaba muchas ciudades, tales como Hipona, Hadrumeto, Leptis Minor, Leptis Magna, Tapso y Tanapé. Después de la Primera Guerra Púnica expandieron sus dominios hacia el interior, hasta unos 240 km desde la línea costera, conquistando la ciudad más importante de los indígenas, situada en el inicio del río Bagradas, llamada Theveste.[17]
En los dominios cartagineses las colonias tenían gran importancia, formando un verdadero imperio. La más rica era Cádiz y se extendían por toda la costa sur de España una cadena de importantes establecimientos comerciales.[18] Las Baleares fueron colonizadas desde el siglo VII a. C., sirviendo de base de operaciones contra sus enemigos, los griegos de Massalia. Ya en el siglo VI a. C. se encontraban los cartagineses establecidos en Cerdeña, donde fundaron Cagliari. En Sicilia controlaban las importantes ciudades de Lilibea, Panormo y Solocis. Se establecieron al noroeste de la isla, si bien su territorio varió debido a los conflictos con los griegos. Las pequeñas islas vecinas también les pertenecían, las Egadas, Melita, Gaulos y Cosira. En general, los indígenas habían tenido que optar entre buscar refugio en las montañas o someterse a la voluntad de los púnicos. Cartago tenía una concepción más abusiva y dura de la labor civilizadora que Roma. Las propias ciudades libio-fenicias del territorio cartaginés siempre fueron sometidas a condiciones muy duras.[19]

Cartago bajo el poder de Roma [editar]

Ruinas de villas romanas en Cartago
Tras la destrucción de la ciudad fue prohibido habitar el lugar. Tras pasar 25 años hubo un intento de refundación de una ciudad, llamada Colonia Junonia, pero sólo duró 30 años y no prosperó, el lugar quedó habitado con pequeños asentamientos. El enclave tuvo que esperar hasta el año 46 a. C., en el que Julio César visitó el lugar durante el transcurso africano de la Segunda Guerra Civil de la República de Roma y decidió que allí debía construirse una ciudad por su excelente situación estratégica. Octavio, heredero de César, fundó la Colonia Julia Cartago en el 29 a. C.. La ciudad creció y prosperó hasta convertirse en la capital de la provincia romana de África, desbancando a Útica. La provincia de África ocupaba el actual Túnez y la zona costera de Libia, y en el futuro daría nombre a todo el continente. Esta provincia se convirtió en una de las zonas productoras de cereales más importantes del imperio. Su gran puerto era vital para la exportación de trigo africano hacia Roma.
En su esplendor durante el dominio de Roma la ciudad llegó a tener una población de más de 400.000 habitantes, convirtiéndose en la segunda ciudad en importancia del Imperio. Entre sus grandes edificios destacaban el circo, el teatro, el anfiteatro, el acueducto y, sobre todo, caben destacar las Termas de Antonino, que eran las más importantes después de las de Roma, situadas en un lugar privilegiado junto al mar y de las cuales aún se conservan restos. Poseía una gran y compleja red de alcantarillado capaz de suministrar agua a toda la ciudad.
En el siglo III el cristianismo empezó a consolidarse notablemente en Cartago. La ciudad contaba con su propio obispado y se convirtió en un importante lugar para la cristiandad. Distintas figuras importantes de la Iglesia primitiva se relacionan con Cartago: San Cipriano, que fue su obispo en el 248, Tertuliano, escritor eclesiástico que nació, vivió y trabajó en la ciudad durante la segunda mitad del siglo II y los primeros años de la centuria siguiente; y San Agustín, quien fue obispo de la cercana Hipona durante los últimos años del siglo IV y comienzos del siglo siguiente. En los siglos IV y V, en plena decadencia imperial, durante las invasiones bárbaras sirvió de refugio para los que huían de éstas. En el año 425 la ciudad resistió varios ataques de los vándalos, pero finalmente sucumbió en el 439.

Cartago capital del Reino Vándalo [editar]
Artículo principal: Reino Vándalo

El reino vándalo en el año 455.
Los vándalos fueron un pueblo bárbaro que inicialmente conquistó el sudeste de Hispania, y posteriormente se desplazaron a África conquistando Cartago durante el reinado del rey Genserico, y estableciéndola como capital de un nuevo reino. Una vez consolidado el mismo, iniciaron una serie de campañas militares en las que conquistaron las Baleares, Córcega, Cerdeña y Sicilia, lo que les permitió dominar el mercado del Mediterráneo occidental.
Genserico, el fundador del Reino vándalo, puso las bases del apogeo del mismo, pero también las de su futura decadencia. El cenit de su reinado y del poderío vándalo en África y el Mediterráneo lo constituyó la paz perpetua conseguida con Constantinopla en el verano del 474, en virtud de la cual se reconocían su soberanía sobre las provincias norteafricanas, las Baleares, Sicilia, Córcega y Cerdeña. No obstante, desde los primeros momentos de la invasión (429-430), Genserico golpeó a la importante nobleza senatorial y la aristocracia urbana norteafricanas, así como a sus máximos representantes en estos momentos, el episcopado católico, llevando a cabo numerosas confiscaciones de propiedades y entregando algunos de los bienes eclesiásticos a la rival Iglesia donatista y a la nueva Iglesia arriana oficial. Tampoco pudo destruir las bases sociales de la Iglesia católica, que se convirtió así en un núcleo de permanente oposición política e ideológica al poder vándalo. Respecto de su propio pueblo, Genserico realizó en el 442 una sangrienta purga en las filas de la nobleza vándalo-alana. Como consecuencia de ello, dicha nobleza prácticamente dejó de existir.
Rápidamente el reino vándalo entró en decadencia. Las luchas internas por el poder y la mala relación con la iglesia católica, muy asentada en la zona, junto con las incursiones de tribus beréberes, debilitaron el reino y facilitaron la conquista por el general bizantino Belisario en el año 534.[20]

Cartago Bizantina [editar]

Territorios del Imperio Bizantino en el siglo VII: Territorios originales del Imperio Territorios conquistados durante el reinado de Justiniano I
Tras la reconquista por parte de los romanos orientales y la dispersión de los vándalos, la ciudad fue renombrada por Belisario como Colonia Justiniana, en honor al emperador Justiniano I de Bizancio. En esos años el Imperio Bizantino estaba en el cenit de su poder. Cartago volvió a ser capital de una provincia romana, llamada esta vez Exarcado de África. Los bizantinos, en los momentos más bajos de las guerras contra Persia, estuvieron a punto de perder Constantinopla; el entonces emperador, Heraclio, consideró la posibilidad de trasladar a Cartago la capital imperial en el 618. En el año 647 Gregorio, exarca de Cartago, tras haber perdido la conexión terrestre por el avance del Islam, se declaró independiente de Constantinopla.
Durante el gobierno del exarca Gregorio Cartago dejó de ser capital del exarcado. Durante su mandato se inició la rápida expansión islámica. En el año 641 cayeron bajo dominio del Islam las importantes y milenarias ciudades de Alejandría, Damasco y Jerusalén. La expansión del Islam resultaba impresionante. Las fronteras de Dar al-Islam en breve tiempo se encontraron en las cercanías de Cartago, y amenazaba con expandirse sobre ésta. El exarca Gregorio, reclutó y lideró un ejército formado principalmente por los beréberes autóctonos, logró plantar cara a los musulmanes en el año 647, que no tenían un excesivo interés en la zona todavía. Durante estos años la ciudad de Cartago había vuelto a recuperar cierto esplendor debido a la multitud de refugiados de Palestina, Egipto y Siria que habían huido de las matanzas provocadas por los musulmanes.
Gregorio murió en ese mismo de 647, Cartago volvió a ser capital del Exarcado, y se restauró la dependencia a Constantinopla. Durante cincuenta años el avance del Islam fue frenado. Los musulmanes, en el año 670, fundaron la ciudad de Kairouan, en la actual Túnez, que fue conquistada brevemente por los bizantinos. Durante este tiempo las tribus beréberes fueron islamizándose, en parte por iniciativa de los líderes musulmanes, lo que aumentó el poder del Islam en la zona. Finalmente, los musulmanes iniciaron un asedio sobre Cartago, en la defensa de la ciudad participó un gran contingente de visigodos, enviados por su rey para proteger el exarcado, con la intención de mantener alejada la marea islámica de sus dominios. Pero la ciudad fue tomada en el año 698.
El Imperio Bizantino reconquistó la ciudad durante breve tiempo, pero fue la última vez que la ciudad estuvo bajo poder cristiano. En el 705 un ataque musulmán devastó la ciudad reduciéndola a cenizas y masacrando a todos sus habitantes, como sucedió siglos atrás.

Devenir de sus ruinas [editar]
Artículo principal: Sitio arqueológico de Cartago

Cartago en la actualidad.
Desde entonces el territorio de la antigua Cartago fue largamente dominado por el Islam. Sobre sus ruinas tuvo lugar la Octava Cruzada en el año 1270, con el propósito de convertir al sultán de Túnez al cristianismo, en la que resultaría muerto el rey de Francia Luis IX. Fue conquistado por el célebre pirata Barbarroja, brevemente dominado por la España imperial de Carlos V, subyugado por el Imperio Otomano, colonizado por Francia, invadido por la Alemania nazi. Forma parte del territorio del Estado de Túnez desde que éste alcanzó su independencia.

Ruinas de Cartago.
Desde entonces Cartago empezó a adquirir una gran importancia arqueológica, dando lugar a la gran campaña internacional de excavaciones para la salvaguarda de Cartago de 1975. Las ruinas de Cartago fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 1979.[21] Entre las piezas arqueológicas halladas hay restos vándalos, bizantinos y, sobre todo, romanos, pero también aparecieron objetos púnicos. Allí encontraron algunos de los más bellos y mejor conservados mosaicos de la antigüedad, que datan de la época romana y se encuentran en el afamado museo de El Bardo de la capital tunecina.
En la actualidad la península donde se ubicaba la antigua ciudad es parte de un suburbio residencial lujoso de la ciudad de Túnez, el que se han asentado varias embajadas extranjeras. También está ubicada en este emblemático lugar la residencia del presidente de la República Tunecina, próxima a las ruinas de las Termas de Antonino. El nombre de Cartago permanece actualmente en varias poblaciones en el continente americano, llamadas así por los conquistadores españoles en honor a la Cartago Nova española.

La leyenda [editar]

Eneas contándole a Dido las desgracias de Troya, Pierre-Narcisse Guérin (1815), París, Louvre.
Según la leyenda que ha sido adulterada por algunos escritores clásicos latinos, Cartago fue fundada en el 814 a. C.[22] por la princesa Dido, hermana de Pigmalión, rey de Tiro. Éste, que ambicionaba el tesoro de Siqueo, esposo de Dido, la obligó a que le revelase la ubicación de dichas riquezas. Dido engañó a Pigmalión indicándole un falso lugar y éste primero asesinó a Siqueo y después buscó la fortuna, mientras Dido lo desenterraba y huía con el tesoro y sus seguidores. Embarcó y navegó hasta llegar a la región habitada por los libios, donde solicitó al rey local tierras para fundar una ciudad pero, reacio a la intrusión, solo le concedió el terreno ocupado por una piel de toro. Dido, mujer ingeniosa, cortó la piel en finísimas tiras y así delimitó una gran extensión e hizo construir una fortaleza llamada Birsa, que más tarde se convirtió en la ciudad de Cartago.
Cuando Troya cayó en poder de los aqueos, Afrodita dijo a su hijo Eneas, uno de los caudillos del ejército troyano, que huyera de la ciudad y no muriera como un buen troyano, pues Troya ya no existía y para él se había reservado otro futuro. Tras varias escalas, llegó a Cartago, donde la reina Dido se enamoró locamente de él, permaneciendo largo tiempo juntos. Pero Eneas recibió de Júpiter la misión de fundar un nuevo pueblo, debiendo partir a su destino. La noche que Eneas embarcó con su gente, Dido corrió a convencerle para que no partiera, sin que Eneas mostrara la más mínima duda sobre su marcha. Dido, tras verle partir, ordenó levantar una gigantesca pira donde mandó quemar todas las pertenencias de Eneas. Al amanecer subió a la pira y, tras condenar a Eneas y a todos sus descendientes, hundió en el pecho la espada de Eneas y se arrojó al fuego. Según la tradición, Rómulo y Remo son descendientes de Eneas por medio de su madre, Rea Silvia, siendo Eneas el progenitor del pueblo romano. En su muerte, Dido condenó no sólo a su amante, sino a todos los romanos.[23]
Y vosotros, ¡oh, Tirios!, cebad vuestros odios en su hijo y en todo su futuro linaje... Nunca haya amistad, nunca haya alianza entre los dos pueblos… ¡playa contra playa, olas contra olas, armas contra armas, y que lidien también hasta sus últimos descendientes!.[24]

GALIA

EGIPTO

ATENAS

ROMA

PERSIA















































































































PERSIA





Antiguo país de Medio Oriente, al este de Mesopotamia, sobre el actual territorio de Irán.
Los persas eran un pueblo adscrito al grupo de los arios, conjunto de tribus nómadas cuya localización original radicaba probablemente en las llanuras del sur de Rusia y Ucrania. Aproximadamente entre el año 2000 y el 1800 antes de nuestra era, los arios iniciaron su migración: algunos se desplazaron hacia el subcontinente indio, mientras que otros orientaron sus pasos más hacia el oeste a través de Irán y penetraron hasta el norte de Mesopotamia y Siria. Alrededor del año 1400 AC, un tercer grupo de arios -que incluiría a los persas- se trasladó hacia el interior de Irán procedentes del noroeste.
Los persas pertenecían a la familia lingüística de los indoeuropeos y se instalaron en el Irán, meseta de Asia vecina de la mesopotamia (Daniel Serebrennik), a mediados del segundo milenio AC.
Persia ha sido ocupada sucesivamente por una serie de pueblos e imperios:
Gutis.
Imperio Elamita
Media.
Imperio Aqueménida.
Reino Parto.
Imperio Sasánida.
Califato Omeya.
Califato Abasida.
Turcos selyúcidas
Il-Khanes.
Imperio Safávida.
Irán.
Persia ha sido un término utilizado extensivamente en occidente para nombrar el territorio de la actual provincia iraní de Fars, y en un sentido más amplio a toda el área conocida como Irán mayor. Dicho término fue utilizado inicialmente por el pueblo griego, debido a su creencia en que Perses (hijo de los personajes mitológicos Perseo, fundador de Micenas, y Andrómeda, princesa de Etiopía) se asentaría en el territorio de los Montes Zagros, siendo su descendencia la línea real de emperadores persas.
En el período Aqueménida, este mito sería utilizado ventajosamente por Jerjes I para convencer a la ciudad de Argos de luchar de su lado, insistiendo en que ambos pueblos compartían el mismo ancestro, pues para los habitantes de Argos éste era Perses.
Sin embargo, hoy en día es sabido que Persia es simplemente el nombre helenizado de Pārsa, que en persa antiguo significa "por encima del reproche".
Tras la invasión árabe de Persia, los musulmanes, al no poseer en su alfabeto un equivalente a la letra "P", le llamarían Fars, siendo éste su nombre actual.
Contenido:
1 Administración de provincias
2 Gobierno Central
3 Territorio
4 Ejército
5 Religión


Administración de provincias
Los persas tenían un complejo y avanzado sistema de administración de las provincias. Estas se componían de tres funcionarios: El general El secretario Y el jefe de provincia Cada uno desempeñaba un papel especifico dentro de la provincia: el primero de reclutar tropas y dirigirlas a la batalla, el segundo de verificar que todo este en orden y los temas administrativos y contabilidad de la provincia, y el tercero se ocupaba de ser el representante de esta, y de hacer recaudar impuestos. Con este sistema los persas se aseguraron que no hay corrupción en sus colonias. Y además cada un tiempo determinado solía pasar un Inspector real que verificaba que todo este en orden dentro de la provincia, y le informaba al rey sobre el asunto.

Gobierno Central
El sistema de gobierno era una monarquía teocrática hereditaria donde el rey o sultan era considerado la forma antropomórfica de dios en la tierra. El rey debía ser el mejor guerrero, como también el mejor cazador, este tenia un ejército personal que se componía de soldados entrenados para la batalla llamado "Los Inmortales" era un ejército de 10.000 hombres que les decían así porque cada vez que caía uno era repuesto por otro de la reserva que estaban junto a ellos.

Territorio
Los persas llegaron a ocupar territorios desde el norte de Grecia hasta el río Indo y el río Amu Daria, incluyendo Tracia, Egipto, Oriente Medio, Asia Menor y el Caucaso. Su imperio se debilitó tras perder las Guerras Médicas contra los griegos, y posteriormente fue reducido y conquistado por Alejandro Magno, pasando, finalmente, a manos del Imperio Romano.

Ejército
El ejército persa se caracterizaba por dos cosas: destreza y puntería. El ejército personal se componía de soldados entrenados para la batalla llamados "Los Inmortales". Era un ejército de 10.000 hombres; se les decía así porque cada vez que caía uno era repuesto por otro de la reserva; y los arqueros a caballo, eran una especialidad de los persas que requería una coordinación y habilidad excepcional, que combinaba la arquería con la caballería. Por su parte el imperio persa fue tan grande gracias al reclutamiento de tropas, como vimos arriba la organización de las provincias que permitió el rápido y eficaz reclutamiento de tropas.

Religión
Zoroastro o Zaratustra, una de las primeras religiones monoteístas,Se centraban en dos Dioses, el del bien Ormuz y el del mal Ariman, el libro sagrado es el "AVESTA", Esta religión todavía existe en Irán y es una de las religiones oficialmente permitidas, aunque la religión mayoritaria es el islam. También hay seguidores de Zaratustra en India y otros países, se cree en un dios único "AHURA MAZDA", la base de esta religión es "pendare nik, goftare nik, kerdare nik " que quiere decir: "pensar bien, hablar bien, hacer bien"




ESPARTA




































































ESPARTA




Esparta (Dórico Σπάρτα; Ático Σπάρτη Spártē), o Lacedemonia (en griego Λακεδαιμων) era una polis (ciudad estado) de la antigua Grecia situada en la península del Peloponeso a orillas del río Eurotas. Fue la capital de Laconia y una de las poleis griegas más importantes junto con Atenas y Tebas.
Contenido:
1 Historia
1.1 Origen
1.2 Guerras médicas
1.3 Guerra del Peloponeso
1.4 El imperialismo espartano del siglo IV a. C.
1.5 Declive del poder espartano
1.6 La dominación romana
2 Sociedad espartana
2.1 Los ciudadanos
2.2 Los no ciudadanos: periecos e hilotas
2.3 La educación espartana
3 Frases célebres
4 Sistema político
4.1 La eunomia
4.2 La asamblea (Apella)
4.3 Los reyes
4.4 La gerusía
4.5 Los éforos
5 La religión en Esparta
6 Esparta moderna
6.1 Población de Esparta durante las últimas décadas





Historia

Origen
La ciudad estado fue fundada tras la conquista de Laconia por los Dorios. Esparta se convirtió en una ciudad doria. Al principio estuvo minada por disensiones internas. Las reformas en el siglo VII a. C. fueron un verdadero punto de inflexión en la historia de la ciudad: a partir de entonces todo se encaminaría a reforzar su poderío militar y Esparta se convertiría en la ciudad hoplita por excelencia.
Esparta sometió a la totalidad de Laconia: comenzó por conquistar toda la vega del Eurotas para, a continuación, rechazar a los de Argos y asegurarse la hegemonía de toda la región. La segunda etapa consistió en la anexión de Mesenia. Esparta era ya la ciudad más poderosa del área, con Arcadia y Argos como únicos rivales. A mediados del siglo VI a. C. Esparta sometió también las ciudades de Arcadia y derroto a Argos dejándola totalmente debilitada. Todas ellas se verían forzadas a firmar pactos leoninos.
Nada tenía de excepcional, pero cuando en Eleusis los corintios cayeron en la cuenta de que se trataba de marchar contra Atenas y derrotar a los pisistrátidas, dieron media vuelta, seguidos por el otro rey espartano, Demarato. Es lo que se conoce como “divorcio de Eleusis”. A fin de no reincidir en el mismo fracaso, Esparta convocó entonces una cumbre con sus aliados, probablemente en el 505 a. C., para discutir una nueva intervención en Atenas, esta vez con el propósito de reponer a Hipias, pero tuvo que renunciar ante la firme oposición aliada.

Guerras médicas
En el siglo VI a. C., Esparta se había interesado por el Asia Menor, entre otras cosas suscribiendo una alianza con Creso, rey de Lidia. Al comienzo del reinado de Cleómenes I, sin embargo, se mostraría más aislacionista, rechazando apoyar, en el 499 a. C., la revuelta de las ciudades de Jonia contra los medos (persas), para centrarse en consolidar su propio imperio del Peloponeso. En 491 a. C., cuando Cleómenes logró desembarazarse de Demarato, las cosas cambiarían. Los espartanos arrojaron a un pozo a los emisarios de Darío I, llegados para reclamar la tierra y el agua, acto simbólico de aceptación de la hegemonía universal de los aqueménidas, y despacharon refuerzos a los atenienses (refuerzos que llegaron a Maratón demasiado tarde para participar en la gran victoria griega).

Léonidas aux Thermopyles, Jacques-Louis David, 1814, Museo del Louvre
En el año 481 a. C., cuando Jerjes reclamó de nuevo la tierra y el agua a todas las ciudades griegas, exceptuando a Atenas y Esparta, fue naturalmente a ésta última a la que se le confió encabezar la Liga Panhelénica, incluyendo la flota, pese a la superioridad marítima de Atenas. Tras haber renunciado a defender Tesalia, los espartanos, mandados por su rey Leónidas, defendieron valerosamente el desfiladero de las Termópilas, retrasando en forma notable el avance de los persas, y permitiendo a la flota replegarse hacia Salamina. En contrapartida, la total victoria de Salamina fue obra de los atenienses, quienes tuvieron que recurrir al chantaje para forzar la batalla en el estrecho, siendo así que el navarca –almirante- espartano de la flota, Kriatos, deseaba replegarse al istmo de Corinto.
En el 479 a. C., la victoria de Platea se logro bajo el mando del general Pausanias. Pausanias fue regente debido a la minoría de edad de su primo el rey Plistarco Hijo de Leónidas I.
En el 479 a. C., la victoria de Micala se logro bajo el mando del rey Leotíquidas II
El general Pausanias recibió la misión de destruir el puente de barcas construido por los persas sobre el Bósforo, con el fin de dificultar su retirada, pero una tempestad se encargó por él del trabajo. Con el restablecimiento de la paz, Esparta propuso abandonar a su suerte las ciudades jonias, demasiado lejanas, pero tropezó con la oposición de Atenas, lo mismo que en su sugerencia de expulsar de la anfictionía de Delfos a las ciudades culpables de “medismo” o alianza con los persas: es decir, las de Tesalia.

Guerra del Peloponeso
Apenas terminadas las guerras médicas, Esparta se inquietó por el creciente poderío de Atenas, enardecida ésta por sus victorias contra los persas. Presionada por Egina y Corinto, Esparta prohibió a Atenas reconstruir sus murallas, destruidas por los persas. Esto no impidió que Atenas abandonara la Liga Panhelénica para fundar la Liga de Delos. Esparta no llegó a desencadenar una guerra y las relaciones se mantuvieron estables hasta el 462 a. C., año en el que desdeñó y envió de vuelta un contingente ateniense dirigido por Cimón, que había acudido a socorrerla en plena revuelta de los ilotas. Esto supuso la ruptura, sellada con la condena al ostracismo del espartófilo Cimón por sus compatriotas de Atenas.
Las hostilidades propiamente dichas comenzaron en el 457 a. C., a requerimientos de Corinto. Tras una serie de victorias y derrotas para ambos bandos, se alcanzó una paz inestable que duraría cinco años. En el 446 a. C., las revueltas de Megara y Eubea reavivaron el conflicto. Esparta, a la cabeza de las ciudades coaligadas, arrasó el Ática. El propio rey espartano Plistoanacte fue acusado de corrupción, por no haber proseguido la ofensiva, y condenado al exilio. En el 433 a. C., por último, el asunto de Corcira dio lugar al inicio de la Guerra del Peloponeso.

Hoplita
La guerra se prolongaba demasiado. Pericles decidió abandonar el Ática al pillaje sistemático de los espartanos, acogiendo a la población dentro de los Muros Largos, que unían Atenas con su puerto, El Pireo. En el 425 a. C. se produjo la humillante derrota de Esfacteria, donde 120 Iguales (ver más abajo), pertenecientes en su mayor parte a las grandes familias de Esparta, fueron capturados en un islote. La ciudad tendría que rendir la flota para recuperar a sus hoplitas. El golpe fue traumático: era la primera vez que se veía a los Iguales rendirse en vez de combatir hasta la muerte. En el 421 se firmó con el estratego ateniense Nicias una paz largo tiempo anhelada.
Pese a todo, las tensiones permanecieron. Esparta y Atenas chocaron nuevamente en el 418 a. C. por una disputa territorial en Mantinea. Atenas decidió que Esparta había roto los tratados, y la guerra recomenzó en el 415 a. C. Los atenienses organizaron una expedición contra Sicilia que terminó en desastre. La revuelta de las ciudades jonias de la Liga de Delos permitió a Esparta imponerse en el campo de batalla. En el 404 a. C., una Atenas sitiada terminó por capitular.
Esparta obligó a Atenas a acortar los Largos Muros en diez estadios (algo menos de dos kilómetros) por cada extremo, y a unirse a la Liga del Peloponeso. Los espartanos, sin embargo, titubeaban respecto al sistema de gobierno que impondrían a la ciudad. Todo el mundo estaba de acuerdo en la necesidad de poner fin a la democracia, pero se dudaba entre una oligarquía radical bajo tutela espartana y otra más moderada, sin guarnición espartana para sostenerla. El general Lisandro, gran artífice de la victoria sobre Atenas, impuso el gobierno de los Treinta Tiranos, pero el otro rey, Pausanias, permitió enseguida el derrocamiento y huida de los Treinta y de sus partidarios, y apoyó en cambio a los oligarcas moderados que se habían quedado en Atenas. Con todo, a su regreso a Esparta Pausanias sería juzgado, y ocho años después de su absolución, se vería condenado cuando Atenas volviera a tomar las armas contra Esparta.

El imperialismo espartano del siglo IV a. C.
Esparta se había lanzado a la Guerra del Peloponeso bajo la bandera de la libertad y de la autonomía de las ciudades, amenazadas por el imperialismo ateniense. Pero, tras haber vencido, haría otro tanto: impuso tributos, gobernantes títeres e incluso guarniciones. A partir del 413 a. C., Tucídides la describía como la potencia que “ejerce sola desde ahora la hegemonía sobre toda Grecia” (VIII, 2, 4).
Esparta cambió en consecuencia de política ante Persia, haciéndose la portavoz del panhelenismo. En primer lugar, se produjo la expedición de los Diez Mil narrada por Jenofonte en la Anábasis, derrotada en el 401 a. C. En el 396 a. C., el rey Agesilao II fue enviado a derrocar a Tisafernes, sátrapa de Caria, y proteger a las ciudades griegas. Los sueños imperiales de Agesilao terminaron rápidamente, porque se le convocó de vuelta a causa de los acontecimientos en Grecia: Atenas, Tebas, Argos y otras ciudades se habían rebelado contra Esparta. Era el inicio de la Guerra de Corinto. La coalición fue derrotada en Coronea y Nemea (394 a. C.), pero Esparta perdió la hegemonía marítima que tenía por entonces. Entre tanto, los persas se lanzaron a una contraofensiva, y Atenas reconstruyó sus Largos Muros. Bajo la amenaza, Esparta terminó por firmar la paz de Antálcidas, tanto con los griegos como con los persas (386 a. C.).
Esta paz, protegida por el Gran Rey persa, permitía en realidad a Esparta continuar su política imperialista con la excusa de proteger la autonomía de las ciudades más pequeñas. Esparta obligó a Argos a conceder a Corinto su independencia, e incluso a Olinto a respetar la autonomía de sus ciudades de la Calcídica.
En el 378 a. C., sin embargo, el conflicto volvió a aparecer tras una razia espartana contra El Pireo. Concluyó con la paz entre Atenas y Esparta (371 a. C.), preocupadas ambas por los avances de Tebas. Esparta lanzó de inmediato un ataque contra la ciudad beocia que terminó en el desastre de Leuctra. El general tebano Epaminondas destrozó el ejército espartano comandado por Kleómbrotos I y organizó una poderosa ofensiva contra Esparta. Ésta se vería obligada a reclutar a numerosos ilotas a fin de proteger la ciudad. Era el final de la hegemonía espartana.

Declive del poder espartano
La hegemonía espartana fue clara entre el 403 a. C. y el 371 a. C. Tras la batalla de Leuctra no solamente perdió Esparta dicha hegemonía, sino también la mayor parte de Mesenia y la Liga del Peloponeso, que quedó disuelta. La irrupción de Macedonia en la arena política griega tampoco mejoraría las cosas. En el 330 a. C. el rey Agis III atacó a Antípatro, lugarteniente de Alejandro Magno, a la cabeza de una coalición peloponesa, pero fue vencido y muerto en la batalla de Megalópolis. Durante la Guerra Lamiaca (a la muerte de Alejandro, en el 323 a. C.), Esparta se hallaba demasiado débil para participar.
La debilidad de Esparta permitiría medrar a la Liga Aquea, mientras que las revoluciones de Agis IV y Cleómenes III minaban las instituciones de la ciudad. Éste último se enfrentó con algún éxito a los aqueos, pero la intervención macedonia de Antígono III supondría la terrible derrota de Selasia, que condujo a la toma de Esparta. En el 207 a. C. llegó al trono Nabis, que poco después se convertiría en tirano de Esparta y reiniciaría la guerra contra los aqueos. En el 205 a. C. Esparta se alió con Roma, modificando de raíz el equilibrio de fuerzas en la región. Los aqueos se apresuraron a firmar también tratados con Roma, enemistada por entonces con Macedonia. En el 197 a. C. Roma, en alianza con las demás ciudades griegas, se volvió contra Esparta, que se vio obligada a firmar la paz en el 195 a. C. Perdió con ello una parte importante de su territorio, el derecho a reclutar periecos, su puerto (en Gitión) y casi toda su flota.
En el 192 a. C. la Liga Aquea obligó a Esparta a ingresar en sus filas. Los espartanos se vieron forzados a derruir sus muros (los primeros de su historia, que Nabis había mandado edificar), libertar a los ilotas, abolir la “agogé” o educación específicamente espartana, etc. Se creó una situación de gran inestabilidad social que no se calmaría hasta el 180 a. C., cuando quedaron sin efecto las prohibiciones y regresaron los exiliados.
Las tensiones con la Liga Aquea, sin embargo, no habían terminado. En el 148 a. C. los aqueos atacaron y derrotaron a Esparta. Roma intervino, exigiendo que Esparta y Corinto quedaran separadas de la Acaya. Los aqueos, furiosos, retomaron las armas, pero fueron aplastados por Roma en el 146 a. C. Esparta se hallaba en teoría en el bando vencedor, pero en la práctica perdió sus ciudades periecas, que formaron por su cuenta la koinonía (alianza) de los Lacedemonios. Esparta no era ya más que una ciudad de segundo orden, autónoma pero aislada, muy lejos de su esplendor de antaño.

La dominación romana
Durante la dominación romana, ya sin ambiciones militares ni políticas, Esparta se concentró en lo que tenía de más específico: la educación espartana. Ésta se endureció, atrayendo a los “turistas”, ávidos de ritos violentos y extraños. De este modo, los combates rituales que tradicionalmente se habían disputado en el santuario de Artemisa Ortia, bajo la dominación romana pasaron a convertirse en la “dimastígosis”: los niños eran flagelados, en ocasiones hasta la muerte. Cicerón lo relata en las Tusculanas (II, 34): la multitud que acude al espectáculo es tan numerosa que se hace necesario construir un anfiteatro delante del templo para acogerla. Este espectáculo atraerá turistas hasta el siglo IV de nuestra era, como lo testimonia Libanio (Discursos, I, 23).
Esparta fue saqueada por los hérulos en el 267, y definitivamente arrasada por Alarico I, rey de los visigodos, en el 395. Los bizantinos edificarían luego la ciudad de Mistra cerca de las ruinas de la antigua Esparta.
En el siglo V a. C., los espartanos propiamente dichos, los “Iguales”, representan una pequeña parte de la población global de la ciudad. En el 480 a. C., el rey Demarato estima el número de hoplitas movilizables en algo menos de 8.000 (Heródoto, VII, 234). Este número caerá a lo largo del siglo V a. C., principalmente a causa del terremoto del 464 a. C. que, según Plutarco (Cimón, 16, 4-5), destruyó el gimnasio, matando a toda la efebía de Esparta, así como a la revuelta de los ilotas, que supuso diez años de guerrilla. Así, cuando la batalla de Leuctra (371 a. C.), no había más que 1.200 hoplitas movilizables, de los cuales 400 murieron durante el combate.
El número de los periecos era superior al de los Iguales. Se puede estimar que había unas cien aglomeraciones de periecos, pues dice Estrabón que Esparta era conocida como “la ciudad de las cien villas”. Los ilotas (o siervos) pueden calcularse entre 150.000 y 200.000. De acuerdo con Tucídides, se trataba del grupo servil más numeroso de Grecia.

Sociedad espartana

Los ciudadanos

Busto de un hoplita, quizás Leónidas (Museo arqueológico de Esparta)
Los únicos que poseían derechos políticos eran los espartanos propiamente dichos, llamados “astoi” o “ciudadanos” (término más aristocrático que el de “polités”, habitual en otras ciudades griegas); también se les conocía como “Homoioi” (“Pares” o “Iguales”). Estos eran los guerreros conquistadores, descendientes de los dorios y nacidos en la misma Esparta. Conformaban una minoría privilegiada pues al momento de nacer recibían una parcela de tierra junto con unos hilotas, que conservaban toda su vida. Los historiadores también usan el término latino de “tresantes” (“los temblorosos”). Según Heródoto, Jenofonte, Plutarco y Tucídides, a los “tresantes” se les sometía a toda clase de desprecios y vejaciones: obligación de pagar el impuesto de soltería, expulsión de los equipos de pelota, de los coros, de las comidas en común, etc. Su estado de marginación era casi tan absoluto como el de los ilotas, con la excepción de que ellos sí podían acceder a los lugares públicos (siempre en los últimos puestos) y que les estaba permitido redimir su deshonra mediante actos de valor en la guerra.
Un auténtico espartano debía ser hijo de padres espartanos, haber recibido la educación espartana, hacer sus comidas junto a los demás ciudadanos en los comedores públicos y poseer una propiedad suficiente como para permitirle sufragar los gastos de su ciudadanía. Conformaban una minoría privilegiada que poseía las tierras, ocupaba los cargos públicos en forma exclusiva y concentraba el poder militar. Los trabajos manuales y de la tierra eran considerados tareas denigrantes para ellos.
El nombre de “Homoioi” (“Iguales”) es testimonio, según Tucídides, del hecho de que en Esparta “se ha instaurado la máxima igualdad entre el estilo de vida de los acomodados y el de la masa” (I, 6, 4): todos llevan una vida en común y austera.

Los no ciudadanos: periecos e hilotas
Los periecos (habitantes de la periferia), eran descendientes de los miembros de las comunidades campesinas sometidas sin utilizar la fuerza. Son mantenidos al margen del cuerpo cívico por la reforma de Licurgo, que les niega cualquier derecho político. Aunque libres, jamás participan en las decisiones. Poseen el monopolio del comercio y comparten el de la industria y la artesanía con los hilotas. Entre los periecos hay también campesinos, reducidos a cultivar los terrenos menos productivos. Gozaban de ciertos derechos, como poseer bienes o casarse, pero no podían participar en el gobierno de la ciudad.
Los hilotas son los campesinos de Esparta. Eran descendientes de las comunidades campesinas sometidas a la fuerza por los Espartanos. Su estatus se crea con la reforma de Licurgo. No son estrictamente esclavos, sino siervos: pertenecen al Estado, están adscritos a la propiedad que cultivan, no se los podía comerciar, pueden casarse y tener hijos y se quedan con los frutos de su trabajo una vez deducida la renta que corresponde al titular de la hacienda.
De modo excepcional, los hilotas podían ser reclutados para el ejército y liberados luego. Mucho más numerosos que los ciudadanos, la reforma de Licurgo les dejó por completo al margen de la vida social. Los “Iguales”, que temían su rebelión, les declaraban solemnemente la guerra cada año, les humillaban y aterrorizaban (ver "Krypteia").

La educación espartana
Artículo principal: Educación espartana
La educación espartana, agogé, sistema educativo introducido a partir de Licurgo, se caracteriza por ser obligatoria, colectiva, pública y destinada en principio a los hijos de los ciudadanos, aunque parece que en ocasiones se debió admitir a ilotas o periecos, y los hijos de un ateniense como Jenofonte se educaron en Esparta. La educación espartana estaba enfocada principalmente a la guerra y el honor, hasta tal punto que las madres espartanas decían a sus hijos al partir hacia la guerra: "Vuelve con el escudo o encima de él", en referencia a que mantuviesen el honor y no se rindiesen nunca aunque con ello perdieran la vida.
Esparta practicaba una rígida eugenesia. Nada más al nacer, el niño espartano era examinado por una comisión de ancianos en el Pórtico, para determinar si era sano y bien formado. En caso contrario se le consideraba una boca inútil y una carga para la ciudad. En consecuencia, se le conducía al Apótetas, lugar de abandono, al pie del monte Taigeto, donde se le arrojaba a un barranco. De ser aprobado, le asignaban uno de los 9.000 lotes de tierra disponibles para los ciudadanos y lo confiaban a su familia para que lo criara, siempre con miras a endurecerlo y prepararlo para su futura vida de soldado. Así es que la educación tenía reglas rigurosas de disciplina, obedencia y sometimiento a la autoridad. Los padres no educaban a sus hijos ya que, a partir de los siete años, los niños pasaban a depender del Estado y recibían una instrucción muy severa. Los niños aprendían técnicas de caza y lucha y se les daba gran importancia a los ejercicios físicos. El objetivo de la educación era formar ciudadanos obedientes y valientes guerreros.
A los siete años o los cinco, según Plutarco, se arrancaba a los niños de su entorno familiar y pasaban a vivir en grupo, bajo el control de un magistrado especial, en condiciones paramilitares. A partir de entonces, y hasta los veinte años, la educación se caracterizaba por su extrema dureza, encaminada a crear soldados obedientes, eficaces y apegados al bien de la ciudad, más que a su propio bienestar o a su gloria personal. Los muchachos deben ir descalzos, sólo se les proporciona una túnica al año y ningún manto y, sometidos a una subalimentación crónica, se les fuerza a buscarse su propio sustento mediante el robo. Las disciplinas académicas se centran en los ejercicios físicos y el atletismo, la música, la danza y los rudimentos de la lectura y escritura.
Por lo que a la educación de las niñas se refiere, se encaminaba a crear madres fuertes y sanas, aptas para engendrar hijos vigorosos. Por ello, insistía igualmente en la educación física, así como en la represión sistemática de los sentimientos personales en aras del bien de la ciudad.

Frases célebres
«Vencer o morir».
«Mi escudo, mi espada y mi lanza, son mis únicos tesoros»
«Vuelve con el escudo o encima de él» (Eetam eepitás; literalmente «con esto o sobre esto» dicho al presentar el escudo al guerrero)
«Los espartanos no preguntan cuántos son los enemigos, sino dónde están».[1]

Sistema político
El sistema político espartano, así como el educativo, se atribuyen al mítico Licurgo en el siglo VII a. C. (aunque Plutarco lo sitúa entre el IX y el VIII a. C.). Era éste tío y regente del rey Leobotas de Esparta. Habiendo consultado en Delfos a la Pitia, fue llamado por ésta "dios más que hombre" y recibió un oráculo aprobatorio para la futura constitución de la ciudad, la "Gran Retra", al parecer muy inspirada en la legislación cretense. La Gran Retra fue probablemente no escrita y debió elaborarse a lo largo de las guerras mesenias, que hicieron entrar en crisis a la aristocracia y a la ciudad entera. A fin de garantizar su subsistencia se instituyó la “eunomia” o igualdad de todos ante la ley, con el propósito de eliminar privilegios y descontentos. Pero, a diferencia de Atenas, la eunomia espartana era sinónimo de una enorme disciplina. Todos los miembros de la ciudad hubieron de hacer sacrificios: la corona, la aristocracia y el pueblo. El sistema de Licurgo busca una simbiosis en la que coexisten los diversos sistemas políticos conocidos en el ámbito griego: la monarquía (hay dos reyes), la oligarquía (se establece una “gerusía” o consejo de ancianos), la tiranía (con el consejo de gobierno de los “éforos”) y la democracia (hay una asamblea popular).

La eunomia
Resulta evidente que la crisis del siglo VII a. C. no podía ser resuelta más que mediante la creación de un ejército de hoplitas que sucediera a los guerreros a caballo o en carros. Y es la aparición de la clase de ciudadanos que lo forman, a través de la absorción de la aristocracia terrateniente por la masa popular, lo que da lugar a la “eunomia” (“buena ley”). Dicha absorción se llevará hasta el extremo, a fin de crear la igualdad total. Los aristócratas renuncian totalmente a sus privilegios: en el siglo VI a. C., la ciudadanía de Esparta cuenta con entre 7.000 y 8.000 Homoioi (“Iguales”). La aristocracia terrateniente renuncia a sus propiedades para ponerlas en común. Cada cual recibe un lote (“klerós”, “lote-heredad”) equivalente e inalienable: no se puede vender ni hipotecar. Su cultivo se encomienda a los siervos del Estado (los ilotas), que entregan las rentas en especie al propietario para que sostenga a su familia, pero sin que se pueda enriquecer. Los ciudadanos tienen prohibido el comercio; de este modo, todo el mundo está plenamente disponible para la guerra, única actividad verdaderamente cívica y en la que se centra el proceso educativo, igual para todos. La igualdad, por último, se extiende al ámbito político, puesto que todos participan en la asamblea.

La asamblea (Apella)
Es ésta la reunión de todos los iguales, convocados en fechas fijas. Corresponde a la apella (asamblea) aprobar o no las propuestas de los éforos (aunque sin debatirlas, pues parece que ningún ciudadano toma la palabra), ya sea por aclamación o, más raramente, por desplazamiento de los votantes. También la gerusía le somete sus proyectos, aunque el voto de la asamblea no es vinculante y los ancianos pueden considerar que el pueblo se ha equivocado. Por último, correspondía a la asamblea elegir a los éforos y a los gerontes por un sistema que Aristóteles consideraba pueril: unos cuantos magistrados, desde un lugar cerrado, medían la intensidad de las aclamaciones que recibía cada candidato.
En realidad, el funcionamiento de la asamblea en Esparta nos es poco conocido: se ignora, por ejemplo, si estaba permitido que cualquier ciudadano tomara la palabra para proponer una ley o enmienda, o si en definitiva la única misión de la asamblea era elegir a éforos y gerontes. En opinión de Aristóteles, la asamblea tenía un poder tan limitado que ni siquiera la menciona como elemento democrático dentro del régimen político espartano.

Los reyes
Al menos desde la reforma de Licurgo, en el siglo VIII a. C., Esparta cuenta con dos reyes, uno perteneciente a la dinastía de los Agíadas y el otro a la de los Euripóntidas, enraizadas ambas –según la leyenda- en dos gemelos descendientes de Heracles. Los miembros de ambas familias no podían contraer matrimonio entre sí y sus tumbas se hallaban en lugares distintos. Ambos reyes tenían igual rango.
El poder real se transmitía al “más próximo descendiente del más próximo ostentador del poder más cercano a la realeza” (Pierre Carlier, La royauté en Grèce avant Alexandre (La realeza en Grecia antes de Alejandro), AECR, 1984), es decir, que el hijo pasa por delante del hermano, y que aun existiendo el derecho de primogenitura, el hijo nacido cuando el padre es ya rey tiene prioridad sobre aquellos nacidos antes de su advenimiento al trono. En cualquier caso, parece que los espartanos interpretaban con flexibilidad estas normas sucesorias.
Los poderes de los reyes eran esencialmente militares y religiosos. Al principio, los monarcas podían hacer la guerra al país que desearan, siendo sus decisiones colegiadas. A partir del 506 a. C., fecha del famoso “divorcio de Eleusis”, los reyes harán sus campañas por separado. En el siglo V a. C. parece que es ya la asamblea la que vota la guerra y los éforos quienes deciden sobre la movilización. El rey, quienquiera que sea, es siempre el “hegemón” o comandante en jefe durante las campañas militares; tiene autoridad sobre los demás generales, puede acordar treguas y combate en primera línea en el ala derecha, protegido por su guardia de honor de cien hombres, los “Hippeis”.

La gerusía
La gerusía o consejo de ancianos estaba constituida por los dos reyes y por otros veintiocho hombres mayores de sesenta años, elegidos por aclamación de la asamblea tras presentar su candidatura. Elegidos por su sensatez y capacidad militar, la mayoría de los gerontes pertenecían a las grandes familias de Esparta, pese a que, en teoría, cualquier ciudadano, aun sin fortuna o rango elevado, podía presentarse al cargo.
El papel político de la gerusía era de gran importancia y no rendía cuentas a nadie. Parece que a ella le correspondía el monopolio de la propuesta y elaboración de nuevas leyes, estaba encargada de gestionar todos los asuntos de política interna y tenía competencia para juzgar a los reyes. También poseía, en la práctica, el derecho de veto sobre las decisiones de la asamblea, aunque hasta el siglo III a. C. no se conoce ningún caso en el que lo hiciera efectivo.
Los ancianos constituían también una especie de tribunal supremo que juzgaba los delitos y podía imponer la pena de muerte o la pérdida de los derechos cívicos.

Los éforos
Los éforos (“supervisores”), preexistentes a la reforma de Licurgo, formaban un colegio de cinco magistrados elegidos por la asamblea para un mandato anual. Su rango era similar al de los reyes, de los que constituían un auténtico contrapoder. No eran reelegibles y, al término de su mandato, debían someterse a una rendición de cuentas si así lo exigían sus sucesores. En este caso podían ser condenados incluso a la pena de muerte.
El colegio de los éforos fue lo más parecido a un poder ejecutivo moderno que llegó a conocer la antigua Grecia. Como su nombre indica, estaban encargados de supervisar a los reyes y al resto de los habitantes de la ciudad, llegando su autoridad al mismo aspecto físico de las personas. Ellos eran quienes vigilaban el respeto a las tradiciones, imponían sanciones y penas de prisión (incluso a los mismos reyes) y podían ordenar ejecuciones (a veces extrajudiciales, como las de los ilotas durante la krypteia). También se hacían cargo de los asuntos exteriores, ejecutando las decisiones de la asamblea (presidida por ellos), ordenando movilizaciones y tomando cualquier decisión urgente que fuera necesaria. Uno de los éforos era el “epónimo”, es decir, daba su nombre al año, aunque se desconoce la forma en que se le escogía. Los nombres de los otros aparecían detrás en los documentos oficiales, por orden alfabético.
El poder de los éforos fue tan amplio que Aristóteles lo equipara al de los tiranos. En realidad, su función teórica era la de representar al pueblo y, de hecho, Cicerón les compara en La República a los tribunos de la plebe. Todos los meses los reyes juraban respetar las leyes, mientras que los éforos juraban defender el poder real pero a su vez lideraban a las polis.

La religión en Esparta
La religión ocupa en Esparta un lugar más importante que en otros lugares de Grecia. Así lo atestigua el gran número de templos y santuarios: 43 templos de divinidades, 22 templos de héroes, no menos de quince estatuas de dioses y cuatro altares, a lo que hay que añadir numerosos monumentos funerarios urbanos.
Llama la atención la importancia que adquieren entre los espartanos las divinidades femeninas, particularmente Atenea bajo gran número de epíclesio o advocaciones. Entre los dioses masculinos son Ares y Apolo a los que se les rinde un culto particular y están presentes en todas las grandes fiestas y monumentos de la ciudad. Es notable también el culto tributado a los héroes de la Guerra de Troya Aquiles, por encima de todos, pero también Agamenón, Casandra (bajo el nombre de Alejandra), Clitemnestra, Menelao e incluso Helena. Los Dioscuros Cástor y Pólux, hijos gemelos de Zeus, de los que la tradición afirma que nacieron en Esparta, tienen también un vínculo particular con los reyes. Heracles, por su parte, es una especie de héroe nacional espartano, venerado de modo especial por los jóvenes.

Esparta moderna
En 1834, tras la Guerra de independencia de Grecia, el rey Otón I de Grecia decretó que una ciudad se erigiría en el antiguo lugar ocupado por la Esparta clásica. La ciudad fue diseñada a partir de tres ejes principales con bulevares y parques. Actualmente, Esparta es la capital administrativa de la prefectura griega de Laconia.
Esparta es el centro de una región agrícola enmarcada en el valle del Eurotas y que tiene como salida natural al mar el histórico puerto de Gitión, que constituye un importante centro turístico de la región. En esta zona radica la principal industria alimentaria, donde se producen cítricos y aceitunas. Su carácter agrario se halla favorecido por su cercanía al mar, beneficiado, en los calurosos meses de verano por las brisas que corren por los valles del Taigeto y del Parnonas.

Población de Esparta durante las últimas décadas
Año
Población comunal
1961
10.412
1981
12.975
1991
13.011
2001
19.567